He leído que batallamos por columpiarnos en estrellas.
Un balanceo escogido por nosotros.
Vas y vienes.
Impulsada por las ganas de saber a qué sabe la luna.
Inspirada por quien prefiere que se lo describas.
Cuéntame. Carcajea la brisa cuando la atraviesas.
Y traviesa te enreda las pestañas.
Y como no pesas más que una pulga
al inclinarte hacia detrás quien te vela
sopla para que prosigas tu viaje.
Y yendo y viniendo sin querer
le das una patada a un globo naranja que pasaba por allí.
Y antes de salir despedido se posa,
se desinfla un poquito y suspira.
Baja. A alguien le importas.
La curiosidad tira de tus dedos.
Quien. Quien. Quien.
Y el eco se hace gota.
Y la gota rompe en una cara.
En un rostro agotado que alza la vista.
A mí.
Y el trepidante astrónomo
no desiste en descolgar al ángel del columpio.
Y las cuerdas se debilitan al quinto “a mí”.
Vas y vienes.
Esquivando el mensaje.
Detrás cuando vas.
Delante al venir.
Y suspendido, presa del vértigo
se agarra a tu tobillo.
Rasgando tus ataduras al cielo
se deslizan trazando zetas.
Ze tas.
Hasta caer, con cuidado, en los brazos
de quien la empujó a lo más alto.
A columpiarse en una estrella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario