martes, 21 de abril de 2009

NUESTROS TIEMPOS

Nos apartamos de lo que daña.
Ahora somos tres. Tú, yo y mi miedo.
En la aduana del querer
a veces, se mira donde no se debe.
Es el compartimento secreto que explica por qué si se acerca te contraes.
Te das, das, das.
Contra la pared de lo que no querías ver.
Deshidratada por no beber más a menudo de lo mejor.

No son buenos tiempos para los soñadores. (Amelié)
La realidad ha formado filas
y vestida de impecable uniforme ataca por cualquier banda.
Apunta y dispara.
Y a pesar de atrincherarte
la alambrada hilada a base de sueños
se desmorona.
La fragilidad no entiende de imposiciones.
Te imponen, incriminan, atribuyen desbandadas que son tus clavos candentes.
Y las ilusiones, en vez de rendirse, buscan aliados.

Asociarse con quien no te oponga resistencia.
Despeje tus sonrisas nubladas.
Te mire aunque no te vea.
Te diga que puedes con todo y mucho más.
Comprenda y no ponga en duda los abrazos que tanto asustan.
Mostrar afecto puede malinterpretar la postura de quien lo recibe.
Son mensajes tan simples como un te adoro, sin más tuercas.
Descifrarlo lo complica y aunque insistas en que no hay más revés
habrá quien insista en publicarlo como slogan de sus falacias.

No es buena época para los idealistas.
Marcar el lugar del hasta donde se puede llegar es tarea de los más empíricos.
De los más petulantes artificieros de parecer lo que no son, de hacerte parecer lo que no eres.
Los ideales se apagan, bajan el telón de la función suspendida por ausencia de elenco.
Recitar entre abucheos mella.
Inclinarse ante bárbaros de butaca les aventaja.

Mirar de refilón al precipicio.
Buscar a los amigos que no temen tus temores.
Volcarte en los que menos ves y más te aprecian.
En los que menos preguntan y más saben.
Decir que no olvidas a quien no puedes olvidar.
Quitarle pegas a quien las pone.
Desgastarte de risa.
Así, quizá haremos nuestros los impresionables tiempos.

miércoles, 15 de abril de 2009

LIMITACIONES

Torcemos si el muro nos impide continuar.
Fintamos si el contrincante es descomunal.
Aunque lo sea por unos centímetros.

He leído en alguna parte
que hasta una mota de polvo desprende vanidad.
Es el exceso de confianza de muchos
rebajando a otros menos iguales.
Propasarse enaltece al que abusa.
Abusa quien evita cualquier objeción.
No se objeta pues se aviva la agresividad.
Y ahí la dignidad, diminuta, jamás da con su playa.

Quien camina cabizbajo estudia el suelo donde pisa
y aún así resbala, tropieza, cae.
Quizá no levante cabeza por el codo que presiona su nuca.
Dicen que bajo presión se espabila.
Digo que se explosiona y en esa rifa de entrañas hay para muchos.

Viramos si damos con las tres diferencias en una mirada conocida.
Odio, desprecio, repulsa manchan el iris pardo, azul o verde.

También he leído que el perdón se otorga aunque germina en venganza.
El que lo pide se expone a una lenta lapidación pensándose expiado.
Cuestionar la autenticidad limita la de uno mismo.
Las fronteras nos enfrentan.
Confrontan extremos aún partiendo todos del mismo sitio
cerca del latido de un corazón.

Aconsejan que filtremos pero hay insultos que no caben por el embudo de diámetro infinito.
Tergiversar una mala intención es darle un toque de realismo.

Una vez pensé en apearme de toda esta jauría.
Descodificarme de tantos ceros y unos
cuando alguien tan cercano como para no fijarme
me dijo:
- no me tienes que pedir perdón.

Y aunque mucho más grande que yo le abracé sin pensar
quien de los dos había sido más vanidoso.
Él por no creer necesitar.
Yo por necesitar creer en él.