La esencia se extingue.
No reconoces una partícula de ti.
Y quien lleva tus zapatos
ya no se alarma
ante la extraña que los calza,
que los anuda a los pies para que no te escapes.
Y de la risa se desligan gajos afligidos
burlándote una vez tras otra.
Disculpada
pues tu culpa se extravió en un juicio prescrito.
Y en la partida de dados sin números
te apostaron a lo que conviene.
Conviene la quietud
aunque te quieras mover.
Cuadra que cuadres en un triángulo
aunque te deformes.
En el exterminio de la entidad
objetas frente a tu severo reflejo
que aceptaste sin leer la letra pequeña,
que asumiste el papel sin diálogo.
Y el espejo te moldea en su lado,
en el lado de la tramitada perfección.
Y en el desgaste alguien te distinguió.
Tras jirones de fingido cuero,
plásticas actitudes y matices de reina de cera
alguien se acercó a tu voz cristalizada
y apartó el óxido de lo esencial.
Nadie, desde entonces, sabe quien eres
excepto tú.
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