martes, 23 de septiembre de 2008

A ti, piedra preciosa.

Nacemos envueltos en piel y estructurados por huesos que nos definen. Tú, feo, tú guapa y tú del montón. Sonreímos aunque nos sangre la lengua; vivimos, convivimos con las formas. Es el aparentar sobre todas las cosas. Si le dices a alguien te quiero, se pregunta de qué culebrón habrás salido. Si abrazas es que estás falto de cariño o buscas algo. Y si hablas de sentimientos, te huelen a ver si has bebido y se cuelgan ajos, cruces…lo que haga falta para que no te acerques tanto, no vayas a chuparles su yo oculto, camuflado. ¡Cruel “chupayoes”!
Aunque, en ocasiones, das con piedras preciosas en esta inmensa y sombría roca. Por ejemplo, un sms: Te conozco desde los 18 años y, en realidad, te he descubierto a los 32…Sigue siendo como eres.
Sonríes desde dentro, desde no importa si mides uno ochenta o pesas cuarenta kilos. Una sonrisa que copias en el archivo de las mejores cosas de la vida.
Otro ejemplo, es el de saber que si un día te pide una tregua, un desahogo, hay alguien a doscientos kilómetros, a una llamada, a un mail, que abre muy bien los ojos y los oídos sin juzgar qué grado de razón llevan tus quejas. No cuenta lo que cuenta, cuenta que te lo cuente a ti.
Se trata de que en este mundo donde se funden tantas bombillas, se patean secretos por que importan poco o se encuentran espinas en manos estimadas, alguna vez, aunque sea de tanto en tanto, encuentras una luz inagotable, un confidente que no falla y unos abrazos que duran tanto que cuando acaban la sensación permanece.
Así sí se puede vivir. Así si te acechan, si se tiene la tentativa de derribarte, si procuran machacarte con arrogancias o apatías, da lo mismo pues siempre te queda, siempre divisas, ese faro, torre o muralla, construidos a base de piedras preciosas, que sois vosotras.

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