jueves, 27 de agosto de 2009

EL ADIÓS QUE SE QUEDA

Se despide sin irse.
Sólo emite un adiós a una parte
la proporcional a lo errado.
La que impide el tambaleo de suelos,
ruegos, aprecios, acuerdos…

Pactar con uno mismo
acaba en el acantilado
donde la espuma es sólo locura.
Locuras en poros instantáneos.

Se despide permaneciendo.
Al menos un brazo, un ojo, una mano
de su lado. El único.
El lugar adecuado no siempre es accesible.
Y las empalizadas ensartan secos corazones.
Y las vallas publicitan su pena
que algunos compran a cambio de compañía
aunque sea la mitad de lo normal.
Lo corriente mejor que nada.

Se despide perdurando.
Como la declaración en un árbol centenario.
Un perenne te amo
hasta la muerte vegetal
mucho después de la tuya
aunque hayas dejado de amar antes.

Se despide inmóvil.
Aunque en la quietud
un soplo la empuje
al costado del que se zafa
como un mimo a hilos.
La deceleración de ímpetus,
el decrecer de impulsos…
Sólo eso aunque sea mucho.

Y es que siempre hay un adiós que se queda.

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