martes, 20 de marzo de 2007

Lo que me pasó ayer

Ayer llegué a casa agotada como un dromedario tras kilómetros y kilómetros de desierto. Aún no tengo joroba pero al tiempo. La carga, que llevo a la espalda hoy por hoy, es la de saber que mi jornada de trabajo no acaba ahí, continúa en la cocina porque algo hay que cenar, claro. Cojo unas patatas, un cuchillo y me dispongo a convertirlas en verdaderas obras de arte, eso sí, con mi propio estilo. Un tajo por aquí, un tajo por allá. Las mondo sin poder evitar que Luisma de Aída aparezca en mi pensamiento. Entonces escucho la voz de Matías Prats y me quedo en estado de shock. UN JOVEN VENDE SU ALMA POR INTERNET. Alucino tanto que echo una patata a perder. Voy al salón y descubro que no estoy soñando. Al parecer un chico con una depresión de caballo puso a la venta el más preciado tesoro que poseemos los humanos. Ni antidepresivos, ni psiquiatras. ¡Al carajo! Ya le dije a mi novio que lo de la red era cosa del diablo, me doy cuenta que no iba muy desencaminada. Su alma se subasta y hay gente que puja por ella. ¡Estamos endemoniados! Mi novio me pide que me calle y descubro que el dinero conseguido irá a parar a algo benéfico. Siento cierto alivio sin saber porqué, quizá por pensar que no estamos tan cerca del infierno como creía. Luego, el bueno de Matías da más datos. El muchacho casi al borde del precipicio ahora hasta tiene pretendientes, chicas que se quieren casar con él, arpías que han visto el negocio, claro. Pienso en mi mejor amiga que aún está soltera pero los tristes no son su tipo. Permanezco embobada. Hasta le han ofrecido hacer una película o varias. Me indigno un poquito. Vuelvo a mi tortilla y no paro de darle vueltas, a los huevos y a la noticia, claro. Mi novio se acerca y me da un beso. Le reprocho que tanto tiempo frente al ordenador y NUNCA SE LE HA OCURRIDO DEPRIMIRSE. Como si no tuviéramos razones para ello. Me mira como hace siempre que digo algo poco coherente y desaparece. Actitud apropiada pues las patatas son frisbees sin control. Me quedo ahí frente al proyecto de tortilla divagando un rato. Si ese chico hubiera tenido un trabajo y una casa que limpiar y ropa que planchar y una lavadora hambrienta y bolas de pelusa propias del oeste debajo de la cama, no le hubiera dado tiempo a pensar en su triste existencia. En un segundo le doy la vuelta a la tortilla y escucho la música de cabecera de un reality-basura. Olvido al nuevo rico y le doy gracias a Jordi González por mostrarme que mi vida, dentro de lo que cabe, no está tan mal a pesar de que la tortilla sabe a rayos, centellas y una pizca de envidia.

No hay comentarios: