jueves, 9 de octubre de 2008

A veces, me paro a pensar...

La muerte no se queda quieta ni ante el bebé más guapo del mundo.
Es la última nota de nuestra partitura existencial.
No es exquisita a la hora de elegir, su plan consiste en llevarse algo.
Acapara a capricho y hasta hoy no se vende, no se compra.

Si te roza, hiere. Oprime cuellos enmudeciendo camposantos.
Desolación omnipresente en el momento que te empuja, que te toca.
Zanja guerras entre hombres sin rencor, sin razones para estar allí e invocarla con disparos. Y deja su olor solapando el humano, el natural.

La muerte, si quiere, se hace esperar como el audaz enemigo que te sorprende tras la mejor sonrisa.
Se respeta pues se desconoce. Se desconoce pues no saluda.
Y se batalla contra ella mediante rezos, mediante súplicas universales insuficientes para debilitarla.

Si tu alma es su objetivo olvídate de armaduras y escudos.
Y si buscas algo bueno en ella lo tiene pues no entiende de clases sociales, de colores de piel, de fronteras, de edad ni sexo. Bueno desde la perspectiva de las diferencias visibles y tangibles. Malo pues se siente el mismo vacío tras su paso. Y pasar siempre pasa y pesar siempre pesa.
Todos condenados a ella, a sus grilletes preparados para apretar cuando te
gires, cuando te descuides.

Al conocerse la vida le dijo a la muerte:
- La verdad es que no te entiendo.
Y la muerte respondió:
- Lo cierto es que yo a ti tampoco.
Y desde ese día no se separan, desde ese día no son nada la una sin la otra.

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