martes, 9 de febrero de 2010

NUEVE

Nueve.
Y en esa planta
un para siempre,
un pedazo de mí
en el gotero de quien me dio la vida.

Goteo atenuando el dolor
de quien se va.
Goteo acentuando el tormento
de quienes nos quedamos.

Sin ver la nieve en sus ojos
a pleno sol en los nuestros.

Y ELLA más vidriosa que nunca
y yo, traslúcida y fuerte,
arrugo el alma
hasta clavar las uñas
a la mismísima muerte.

Nueve.
Y en el ascenso
mientras el corazón
se agarra a la garganta
aferrado a la sequedad
luchamos por detener la hora
acurrucada muy al fondo
de una cada vez más empañada esperanza.

Y ELLA inmóvil
riéndose de mi rebeldía…
hasta que pide que me quede.
Y yo a punto de doblarme en gritos
suplico masticando silencio: NO TE VAYAS TÚ.

Nueve.
Y en el descenso
la madrugada prepara el luto
mientras la luna
con su peor cara
recoge, despacio,
su último aliento
reluciendo en sus manos de plata.

Y al irse
todos caemos al mismo sitio
todos nos encadenamos al único lugar:
el enorme y tierno hueco
que ELLA nos ha dejado.

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