viernes, 17 de julio de 2009

LOS HIJOS PERDIDOS

Da comienzo el derrame.
Cerebral, corporal…
El espíritu se corroe,
ennegrece para ya jamás
tornarse a lucir.
Se nubla el paraíso de un golpe seco,
brutal, irreparable, irremediable…

Perder.
Acoplarse a esa pérdida
te desencaja de la vida.
La muerte muerde
y hace suyo lo tuyo.
Desfalca burlando
el sistema de seguridad
más estudiado, blindado, sofisticado.
El sistema tierno de una madre
al ver, no ver a su hijo.

Sé poco de esa pérdida.
Sé poco de perder.
Pero en los ojos de quien pierde
hay un punto profundo
en el que si miras
estallas, te partes, te secas,
te pierdes.
Pero en el cabello de quien pierde
hay mechones de talco
que si hueles
gritas, te doblas, te vacías
te pierdes.

No son más madres las que pierden
pero sí más hijos los perdidos.
Falta el equilibrio.
Comienza el pulso contra la locura.
Le has perdido
y en esa playa
no hay puesto de socorro.

En esa playa
ni las olas vuelven.

Allí sólo estás tú
llorando arena.

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