jueves, 12 de marzo de 2009

APÓCOPE DE TI

Construimos cuevas a base de risas y desenfados.
Y en ese refugio quemamos las penas, decepciones y demás lacras que nos blanquean.
Por mucho que conjuremos el eco sólo nos despeina
agravando ese desencuentro con el infierno.

Muchos van a lo que van
y tú, que regresas de allí, te traes sus ojeras, canas y despropósitos.
Y es que descorrer el flequillo de quien aprecias
y hallar dos cuencas sin expresión… hunde, desorienta, incapacita.
Son los que piden que hagas, esperan que digas, exigen que admires
mientras se hacen los muertos si vives.

Son los que se creen que valen más que uno pues se lo has repetido tanto
que tu lengua no da para ti.
Es el alabar ensanchando egos cuatro tallas más de las oportunas
apocando la tuya a la infantil.

Ensamblamos sonrisas a la par que las repulsas roen nuestros estómagos.
Carcomen los desparpajos de los que emulamos que no ha pasado nada
cuando una bofetada te ha cruzado el alma siete veces.

Y te dices, te ensañas con tus deslices.
Caíste sin que nadie te empujara,
resbalaste por no mirar donde pisabas.
El mal del equilibrista sobre las cuerdas de la empatía.

Y sabes que no eres mejor de los que se lo creen
ni peor de quienes se frotan las manos.

Y, en un instante, te pones en su lugar, bajo su piel.
Nunca se preocupó por ti
pues ya lo hiciste tú por él incluso cuando nunca te lo pidió.

Es el tremendismo de quien sabiéndose de porcelana
presume ser de acero.

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