jueves, 12 de marzo de 2009

ENAMORARSE

Alguien ha hablado de enamorarse.
El enamorarse no hace excepciones
y rasca allá donde cae.
Uno se enamora y se le amontona el trabajo.
Se ralentiza su condición de razonar
que pasa a darse de baja hasta recuperarse.
Se acumulan los expedientes con las explicaciones
que te salven de ese inmaduro estado en que prima indagar
si ha notado que llevas perfume sobre el resto.

Alguien ha comentado que las veces que uno se enamora
vienen secuenciadas por las carencias con las que haya crecido.
Una vez saciadas el desenamorarse no hace concesiones
y es el embrujado quien da un paso más en la madurez.
Madurar significa no olvidar la decepción antes de salir de casa.

Cuando te enamoras adecuadamente progresas
pues recibes de una manera equiparable a las que das.
Se acaban los vértigos del con qué me vendrá hoy
aunque se incrementan las ansias del ya no me sorprende.
No estás enamorado pero terminas amando.

En ocasiones, el enamoramiento pisa el freno
gastando las ruedas de lo ideal.
Idealizamos sin incluir instrucciones, esas las dejamos
para cuando descubrimos que ya no funciona.
Lo inalcanzable atrae hasta alcanzarlo,
una vez puesta la medalla ésta se llena de marañas y patrañas
como que, en realidad, le preferías como amigo.

Alguna vez, te descubres enamorado de alguien inesperado,
de alguien que sabe más de ti pues te ha escuchado incluso cuando no hablabas.
Alguien que pinta de otro color tus esquemas.
Quizá debamos mirar más a nuestros costados que de frente, he leído.
Y ahí debe uno cuidarse de no alterar la naturalidad.
Lo natural puede hacer entrar en razón a quien se niega.

Enamorarse de alguien que no lo está de ti
es la carrera superior más costosa.
Hay quien renuncia a la mitad
y hay quien jamás la termina.
Aunque nadie le puede decir que nunca se ha enamorado
que “haberlos haylos”.

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