jueves, 12 de marzo de 2009

PALABRAS O HECHOS

He escuchado que hablar no vale sino se respalda con hechos.
Así que sirve de poco decir te quiero si no lo acompañas de un beso.
Si sólo besas… el acto se queda cojo
así que todos cojeamos de alguna manera, tanto que
se han revalorizado a lo más alto las muletas para el corazón.

Si odias gruñirlo no golpea.
Hay que sacar los puños y amoratar la cara de quien odiamos aun sin saber ni como se llama. Eso, dicen, es odiar.
Insultar, vejar, humillar son sólo aspirantes del detestar.

Las palabras se anulan si no las cuadras entre algo de serenidad.
Si rompes con alguien capeando las explicaciones
con el portazo uno se da por enterado
y, en el vacío, que te desgañites sólo servirá para quedarte afónico de desamor.
Y, entre el tumulto, que te arrepientas sólo lo sabrás tú.
Entre un café apalabrado quizá no se hubiera llegado a eso.

Si añoras llorar no te lo devuelve.
Si tienes frío tiritar no te abriga.
A no ser que alguien recoja tus lágrimas por correo certificado y regrese.
A no ser que a alguien no le importe helarse mientras te vea color en las mejillas.
Eso ocurre si importa lo expresado.

Pensando es cuando las frases se reúnen en torno a la verdad.
Lo que piensas queda matizado por lo que dices o haces en todo caso.
Incluso lo intercambiamos por algo que no tenga que ver.
Rumias una declaración de principios ante un superior déspota
y el resultado son fotocopias de los documentos de tu frustración.
Maduras confesar a quien te adora que tú mueres en otro cementerio
y te aseguras servir la sopa de letras bien calentita.
Ahí se encarcelan las frases pues no son tiempos de plantarle cara a tu ética
o tu ética hace tiempo que dejo de tener rostro.

Los hechos que se consuman no son ni de cerca los pretendidos si no se conversan.

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