jueves, 12 de marzo de 2009

REMOLINOS DE AYER

Vaticinaron que dejaría de creer.
Al parecer dentro de unos años
y ya lo ha dejado.
Una vez habló, escribió sobre una decepción,
quizá hoy alguien lo haga sobre la suya o calle para siempre.

Debe alejarse de su sombra para hallar la suya, la propia
la que lucía con esplendor.
Y en esa secesión mutila su convicción
de que el querer lo es todo en la vida.
El diablo, de nuevo, se alza vencedor,
se corona rey de la perfecta escisión.

Auguraron que se apartaría,
y lo hizo, tanto que dicen que ya no mira si no esquiva,
ya no come si no moldea en pan lo que le hubiera gustado ser.
Ya no salta si no duerme pues soñar no hace daño a nadie.

Arrecian los berrinches que brotaron hace meses de una caricia.
Lo bueno deriva en penurias y las penurias como una caries nunca van a mejor.
Y tomados como desprevenidos los avisos de que escaldaría
la quemadura no se alivia ni con el mejor beso de aceite.

Acucia que se la deje intacta
como si se hubiera quedado en el punto de partida
sin la ambición de ser la primera.
Y siéndolo se llevó el premio a la estupidez,
y sin serlo el galardón a la ignorancia.

Pide entre turbulencias la paz,
la paz se ensaña con los que se amedrentan.

Y así se equipa de un arsenal de hálitos
haciendo caso de un consejo,
el de ir siempre hacia delante
aunque se vuelva a merced de esos vientos
que traen remolinos de ayer cuando aún creía.

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